Saturday, July 21, 2007

:: Sobre la leche derramada ::


Sientes el aviso.
Sabes que se instalará el vértigo en tus tripas, justo cuando creías que no te volvería a pasar y después de haberte prometido a ti misma desterrar todas aquellas angustias de tu mapa vital.
No existe escapatoria posible. Y no me faltan las agallas ni el deseo ni la voluntad. Quizás es justamente por eso que vuelvo a tropezar, porque siguen existiendo en mí sentimientos de fuego.
No se le puede torcer la mano al destino, no podemos combatir contra nuestra naturaleza. Y ese maldito vacío nada tiene que ver con la insensibilidad, es incluso más fulminante que cualquier plenitud. La desesperación es el sentimiento que se reproduce con mayor rapidez. En la fantasía y el horror de perder la razón, no existe nada peor que estar consciente de la propia locura.
Tengo la esperanza de que ya nunca más voy a tener miedo de nada. Me gustaría ser inalterable. Que nada me duela, que nada me haga soñar con un futuro mejor, que es de plástico, que no existe. Y de una u otra forma logro estancarme, desdoblarme y separarme de mí. La angustia se instala y me duermo, me aniquilo, me inmovilizo. Y empiezo a odiarme. El enemigo ya no está afuera. Y me doy cuenta que esa sensación es incluso más dolorosa que cualquier pérdida, que hiere más que lo que hiere cualquier mentira, que ese puñal deja heridas más profundas que cualquier traición. Cuando crees que el aislamiento y la soledad son la solución para no seguir sufriendo, sobreviene otro tipo de dolor, que no tiene dimensiones, que no es digerible.

Entonces resuelvo que prefiero vivir, a pesar de los riesgos. Decido que sí quiero despertar. Y trato de vivir la vida que yo deseo vivir, en vez de aceptar la que me depara el destino. Quizás tenga nuevamente la esperanza de que no va a volver a pasar.
Y pensar que yo era una niña ingenua. La carnada perfecta. Ahora el miedo me petrifica. Trato de ignorarlo y se cuela en mis raíces, navega en mi sangre, se vuelve silencioso. No quiero que tu mirada atraviese mi mundo. Me basta con no poder mirarte sin temblar. Me basta con sentir que te quiero y que no te quiero ni te puedo querer. Me basta por hoy y por mañana. Me basta con que existas. Ese es mi primer problema y también el último. Luchar contra ti sería más fácil que luchar contra este sentimiento. Y no hay peor lucha que la que no existe.

(Noviembre 2003)

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